1
Los visitantes la lían (J. M. Poiré, 2015)
Recibida con críticas espantosas y destructivas por la prensa y las revistas especializadas francesas, este tercer episodio (cuarto si contamos esa suerte de remake USA en Chicago que produjo y guionizó ni más ni menos que John Hughes) es un catálogo de humor zafio, sal gruesa y escatología. Y no lo es porque haga reír (que lo hace, y mucho), sino porque su lectura de la revolución francesa es más sucia y desencantada que la visión que nos da sobre los indignados que solamente buscan ser poderosos en lugar de éstos. Comedia enfadada para estas épocas de Frente Nacional, Brexit y Podemos…
2
La marsellesa (Jean Renoir, 1938)
En plenos años del triunfo del Frente Popular en una Francia que estaba a un par de años de ser invadida por las tropas nazis, Jean Renoir recibió el encargo del gobierno de su nación para hacer una exaltación de los ideales revolucionarios de 1789 pero conectándolos con los actuales, con la actualidad. Así, lo que podría haber sido un mero ejercicio de exaltación nacional, nacionalista o partidista e ideológica, se transforma en manos del genial autor en una bella alegoría, casi documental, sobre la defensa de la libertad y sobre la solidaridad entre clases sociales y seres humanos, muy en la línea de su magistral ‘La gran ilusión’.
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3
Historia de dos ciudades (Jack Conway, 1935)
“Era el mejor de los tiempos. Era el peor de los tiempos”. Así comienza una de las joyas literarias que todo el mundo debería haber leído o debería leer. ‘Historia de dos ciudades’ de Charles Dickens. Las dos ciudades están separadas por el canal de la Mancha pero unidas por dos hombres, cara y cruz, enamorados de la misma mujer y atrapados en la vorágine de la Historia, así, en mayúsculas. Sacrificios, el reinado del terror en la Francia de la guillotina y esa habilidad de Dickens a la hora de trazar una red de muchos personajes secundarios extraordinarios. Llevada al cine y la televisión en infinitas ocasiones, me permito quedarme con esta versión USA filmada por un artesano soberbio, Jack Conway, e interpretada por un excelente (y hoy olvidado) actor como Ronald Colman.
4
Danton (Andrezj Wajda, 1982)
La situación en la Polonia de finales de los 70 y principios de los 80 del pasado siglo XX era muy tensa. Son los años todavía de la influencia de la URSS, del sindicato Solidaridad y de revueltas sindicales y populares. Andrezj Wajda, el más internacional de los cineastas polacos, fue a Francia y al periodo revolucionario del siglo XVIII para hacer un muy crítico biopic parcial de Danton (un Gérard Depardieu inmenso) que era a su vez una crítica a la Europa del momento. Mal recibida por la crítica (de izquierdas) de entonces, el tiempo la ha colocado en el puesto que se merecía.
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5
La sombra de la guillotina (Brian Desmond Hurst, 1958)
La Rank Organisation fue una de las productoras (junto a la London Films de los Korda, con la cual colaboró muchas veces) más influyentes y con medios en la industria cinematográfica británica de los años 40 y, sobre todo, 50. Manufacturó películas de todo género, pero sintió una especial predilección por el cine de época y el de aventuras. Aventuras son estas en las que el delfín francés ha huido de la revolución francesa ¡en globo! y se esconde en una mansión inglesa de multitud de espías y sicarios franceses que viajan a Inglaterra para dar con él y asesinarlo. Una muy distraída cinta firmada por el interesante Brian Desmond-Hurst.
6
La pimpinela escarlata (Harald Young, 1934)
Deliciosa traslación a la gran pantalla de las populares novelitas aristocráticas (una baronesa las escribió) y repletas de acción y aventuras protagonizadas por un noble británico que en apariencia es un amanerado pusilánime pero que en realidad es un justiciero con querencia por los disfraces que se dedica a viajar a la Francia de Robespierre, Danton y compañía para salvar a aristócratas franceses de la guillotina. Leslie Howard bordó el rol en esta versión inglesa de principios de los años 30. Tuvo secuela y, casi medio siglo después, dio pie a una miniserie televisiva con Anthony Andrews y Jane Seymour.
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7
Las dos huérfanas (D. W. Griffith, 1921)
Que son las hermanas Gish, siempre sufridas y sufridoras en los majestuosos melodramas históricos (con diversas épocas históricas en cada misma película) que el maestro y pionero David W. Griffith realizaría, con presupuestos y medios de producción desorbitados, durante la década de los años 20 del pasado siglo. Aquí será la revolución francesa el lugar por el que pasarán vicisitudes y penas estas dos pobres chicas, perseguidas por los comités de ciudadanos, por funcionarios y revolucionarios rijosos y por la sombra del filo de la guillotina.
8
María Antonieta (Sofia Coppola, 2006)
Solamente una pija y niña de papá como Sofía Coppola podía entender tan bien, llegar a empatizar tan bien, con la vacía e inútil figura de la reina consorte María Antonieta, perdida ella en su burbuja de cosas pijas, fiestas, pastelitos, perritos falderos y cortesanos mucho más falderos todavía. Jugando al anacronismo en el uso (nuevamente pijo) de la banda sonora y de las canciones empleadas, la hija de Francis Ford Coppola consigue, eso sí, transmitir el gap generacional e histórico de cierta juventud rica y ociosa (sea la que sea) con respecto a las luchas sociales.
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9
Empiecen la revolución sin mí (Bud Yorkin, 1970)
Antes de formar pareja de hecho humorística en la gran pantalla con Richard Pryor, el recientemente fallecido Gene Wilder tuvo un partenaire de altura, muy divertido, pero en principio tan alejado de la comedia (aunque posea muchas en su filmografía), como Donald Sutherland. Ambos son aquí dos vivales y sinvergüenzas a quienes pilla de sopetón (entre alcobas ajenas y partidas de cartas en palacios elegantes) el estallido de la revolución francesa y deben escapar so peligro de ser ejecutados. Supervivencia cachonda con un aire muy a film contestatario 70s. Dirige el eficaz Bud Yorkin.
10
Justicia corsa (Gregory Ratoff, 1941)
La serie B no le hizo ascos a situar sus argumentos en la revolución francesa. Pudieron reciclar decorados de películas más caras del mismo estudio o pintar unos forillos adorables y que en vez de la guillotina se viera su sombra, que acojona más. Uno de los ejemplos de esas aventuras de capa y espada (y guillotina) es esta ‘Justicia corsa’, muy Alejandro Dumas ella y con un estatus de culto totalmente merecido. Dicharachera y con un ritmo que ni Michael Bay, fue objeto de un remake bufo ochentero a cargo de la pareja fumeta Cheech & Chong: ‘El destete de los hermanos corsos’.
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11
La noche de Varennes (Ettore Scola, 1982)
Al finado, llorado y añorado Ettore Scola le gustaba hablar de la historia, analizar los acontecimientos históricos y buscarles paralelismos con lo contemporáneo, desde la retaguardia. Fuera una terraza, una azotea, una sala de baile, un comedor donde cenar… Scola dejaba que las personas, los seres humanos, nos explicaran en sus rostros y en sus vivencias lo que pasaba fuera. Eso hizo en ‘La noche de Varennes’ colocándonos en el interior de una diligencia (como la de John Ford, claro, no por nada el film de Ford era una versión libre del relato ‘Bola de sebo’ de Guy de Maupassant) que huye del París de la toma de la Bastilla con personajes tan dispares como Giacomo Casanova (Marcello Mastroianni).
12
La máscara púrpura (H. Bruce Humberstone, 1955)
En la Universal de los años 50 quisieron hacer un remake de ‘La pimpinela escarlata’ pero los ingleses pedían mucho dinero. En vez de discutir o negociar, sencillamente llamaron a un guionista de la casa y le encargaron que tuviera listo una pimpinela escarlata lo antes posible. Así, a la vez que el asalariado de la Universal remataba una película bélica de Joseph Kane, escribió este simpático popurrí de enmascarado noble justiciero salvando aristócratas en la Francia revolucionaria. El héroe fue un jovenzuelo Tony Curtis. Por cierto, también lo fue en esa otra peli de guerra de Kane. De hecho se rodaron casi a la vez.
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13
Quills (Philip Kaufman, 2000)
La presencia de la revolución francesa en esta especie de biografía o repaso a la vida y obra del marqués de Sade (un extraordinario Geoffrey Rush) no es solamente necesaria por lo que representó para el libertino autor (léase cárcel, manicomio y humillaciones) sino para que se establezca un inteligente paralelismo entre lo que una supuesta revolución luminosa (la Ilustración) acaba al final siendo: crimen, terror, represión y oscurantismo. Aquellos que abogaban por la libertad coartando la libertad sin ataduras de alguien como el divino marqués.
14
El reinado del terror (Anthony Mann, 1949)
Antes de sus superproducciones e incluso antes de sus célebres westerns, Anthony Mann tenía ya el culo pelado en la serie B manufacturando sin descanso todo tipo de películas de duración justita (80 minutos), medios aún más justitos pero con una libertad y unas ganas de aprender a ser director de cine dirigiendo cine que serían su mejor escuela para convertirse en el genio que fue y es. Entre films de acción y gángsters, Mann nos legó este especie de noir histórico que retrata esos años terroríficos de delaciones, detenciones y guillotinazos arbitrarios en la Francia de la revolución francesa. Una maravilla.
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15
Lady Oscar (Jacques Demy, 1979)
A Jacques Demy no se le trató con justicia en los últimos años de su carrera. De hecho, sus musicales previos y algún título como ‘Lola’ aparte, no se le trató como se merecía. Hasta esa testamentaria y operística ‘Una habitación en la ciudad’ fue machacada sin piedad por la crítica. Igual o bastante peor le fue con esta chispeante ‘Lady Oscar’, aventuras galantes y eróticas en la revolución francesa, que juegan tanto al cine de capa y espada como a aquellas sagas 60s con el personaje de Angelique. A reivindicar.
16
Historia de una revolución (Robert Enrico, 1989)
El bicentenario de la revolución, de la toma de la Bastilla, de aquel 14 de julio de 1789, alimentó culturalmente a nuestros vecinos franceses durante todo 1989. Una académica y didáctica serie de televisión (que nos aburrió en TVE durante el verano de aquel mismo año), documentales, conferencias, tebeos y una película oficial, la superproducción oficial sobre el asunto: ‘Historia de una revolución’. Firmada por un Robert Enrico ya no en sus mejores días como director, no es del todo desdeñable su compromiso entre explicar de manera enciclopédica los hechos de aquellos acontecimientos y el de hacer un gran espectáculo de masas.